martes, 13 de agosto de 2013


ARGENTINA Y LA CRISIS GLOBAL DE 2009 - OPCIONES

I - Crisis financiera y rebalanceo de la economía global

La economía global, impulsada por políticas monetarias y fiscales pro-cíclicas en EEUU, Japón y países emergentes como China e India ha inducido una tasa de expansión récord en la posguerra y, ligado a ello, una estampida en el precio de los commodities. El aumento del crédito y la liquidez global – exacerbados por el elevado apalancamiento de bancos de inversión - tuvieron un fuerte impacto positivo en el valor de activos inmobiliarios y conllevaron un fuerte aumento del flujo de capitales hacia países emergentes. Todo ello ocurrió a la luz de regulaciones y supervisión insuficientes para limitar la inestabilidad potencial de los mercados de capitales mientras los productos derivados quintuplicaron su volumen y la propiedad duplicaba su valor en escasos 5 años. La percepción de aumento en la riqueza financiera tuvo a su vez un fuerte impacto sobre el consumo global induciendo, en el caso de EEUU, una tasa de ahorro negativo para las familias e importantes déficits de su cuenta corriente externa. Dichos déficits eran financiados por países superavitarios como China y los exportadores de commodities mientras el dólar se debilitaba frente a las demás monedas duras.

La importante corrección en el valor de los activos subyacentes de los instrumentos colateralizados – principalmente las hipotecas que gravaban la propiedad – tuvo un fuerte impacto sobre el valor de dichos instrumentos (que a su vez mantenían – perversamente - elevadas calificaciones de las agencias de evaluación de riesgo crediticio). Los optimistas confiaban que las tenencias de dichos instrumentos estaban bien diversificadas en carteras de inversores y no concentradas en entidades financieras. Sin embargo la realidad demostró que el capital de varias entidades financieras quedó comprometido. Ello obligó a éstas a volcar al mercado grandes cantidades de instrumentos colateralizados deprimiendo aún más su precio. Los más recientes procesos de contagio en que inversores no discriminaban adecuadamente la calidad de los activos de diferentes entidades financieras y/o mercados terminó generando un pánico. En particular, la virtual parálisis del crédito comercial e interbancario indujo una fuerte contracción en los países industriales garantizando de hecho el comienzo de una recesión en dichos países.

La corrección en el precio de los activos – y su efecto multiplicador negativo sobre el crédito (des-apalancamiento) – y la contracción de la riqueza financiera pueden verse tanto como parte de un proceso de corrección de excesos financieros como de un proceso de rebalanceo de la economía global.  Ciertamente la corrección de desequilibrios macroeconómicos y financieros tal vez podría haberse alcanzado gradualmente a través de políticas monetarias, fiscales y regulatorias mejor coordinadas y más anticíclicas. Pero por la magnitud de los ajustes que se están dando en el sector inmobiliario y financiero, hoy la pregunta relevante es como mitigar las consecuencias de un aterrizaje  brusco y sobre todo cómo evitar que el mismo se traduzca en una profunda recesión global.  Ya se ha producido una reacción más o menos coordinada de gobiernos de los países desarrollados y algunos emergentes sentando algunos de lo principios de lo que sería una red de salvataje de bancos y depositantes. Resta ver si el diseño de la misma es efectivo o no y si se puede extender dicha coordinación a políticas regulatorias y de supervisión, políticas monetarias y cambiarias y políticas fiscales.

La estrategia de salvataje financiero no debería perder de vista que la rebalanceo de la economía global (boom de consumo insostenible) y la corrección de desequilibrios externos (grandes déficits en EEUU y grandes superávits en China y otros asiáticos así como en países exportadores de commodities) resulta deseable para la estabilidad global. En tal sentido, no todos los efectos de la reciente crisis financiera son nocivos. Así como es riesgoso caer en el abismo - en que el pánico genera un círculo vicioso de desintermediación y deflación de activos, también lo es pretender perpetuar una tasa de crecimiento a  través de políticas procíclicas que profundizan desequilibrios y alientan la  inflación global.

La estrategia de rescate bancario requiere coordinación de estrategias y políticas de los tesoros y bancos centrales de países industrializados y de países emergentes de peso (particularmente China).  Los bancos centrales ya han tomado recaudos – ofreciendo garantías y líneas de crédito - para mejorar la fluidez de los medios de pago, el crédito comercial de corto plazo y el crédito interbancario. Los tesoros a su vez han comprometido recursos fiscales para atender las situaciones de insolvencia originadas en el desplome del precio de activos que constituyen el capital de los bancos. Los bancos de inversión grandes de EEUU han sucumbido antes que la red de salvataje comience a tomar forma – algunos bancos fueron liquidados, otros absorbidos y otros se convirtieron en bancos comerciales.  Los recursos fiscales han ido a recapitalizar a las entidades financieras o bien – en el caso de EEUU - a ofrecer garantías (parciales al menos) sobre los activos incobrables de los bancos.  La inyección de patrimonio por los estados es en el primer caso a priori menor – precisamente porque el capital de un banco tiene un efecto de apalancamiento sobre los activos del mismo. Sin embargo, si los activos del banco se siguen deteriorando, la inyección de capital puede aumentar convirtiéndose eventualmente en igual de gravosa.

La provisión de recursos fiscales para atender situaciones de insolvencia es política y técnicamente compleja. Debe cuidar la equidad (evitando que los contribuyentes terminen solventando a banqueros ricos) y evitar el riesgo moral (si los que toman riesgos no afrontan las pérdidas se incentivan comportamientos que no evaluarán adecuadamente los riesgos en el futuro). Para ello, los tesoros han optado por tomar participaciones accionarias en las entidades intervenidas o, en el caso de la compra de activos “tóxicos” proyectan fijar un precio que permita recuperar el costo de inversión bajo mejores circunstancias (el precio no puede ser ni tan bajo que no genere interés al banco en vender, ni tan elevado que involucre una pérdida segura). Dicho precio – el de las hipotecas y/o acciones de los bancos – debe (en teoría) distinguir entre el descuento que implica la mala calidad del activo como resultado de una mala gestión de riesgo y el descuento que el pánico y el contagio pueden generar. También los países han aumentado los montos de depósito sujetos a garantía a través de fondos de garantía (financiados con recursos de los propios bancos o del estado mismo). En vista del carácter sistémico de la crisis, las acciones coordinadas entre países son importantes para evitar el arbitraje regulatorio – huída de capitales de los países con redes de salvaje más débiles a los otros.

Así como las operaciones de salvataje son operaciones de emergencia, la salida ordenada de la crisis y la recuperación de una senda de crecimiento sostenido requiere dar señales convincentes sobre políticas consistentes y coordinadas a aplicarse en el futuro:

i) Coordinación de políticas macroeconómicas. En general sería deseable que los países desarrollados adopten políticas monetarias y fiscales anticíclicas. Ello reduciría la probabilidad que surjan nuevas “burbujas” en el valor de activos (aumentos sistemáticos en los precios de activos independiente de la evolución de los “fundamentales” de los mismos). Además sería positivo una mayor coordinación para evitar desequilibrios externos. Políticas monetarias y cambiarias más restrictivas en los países emergentes de Asia (por ejemplo, un tipo de cambio más apreciado en China y más depreciado en EEUU y la UE) permitiría suavizar el impacto recesivo en los países industrializados a la vez que contribuiría a frenar el componente más dinámico que en el margen explicó el aumento en el precio de los commodities. 

ii) Políticas regulatorias y de supervisión.  La introducción de regulaciones y supervisión anticíclicas debería considerarse seriamente. Por ejemplo, se podrían adoptar  requerimientos de capital crecientes (sean bancos comerciales o de inversión) en función de la evolución del precio de un activo y/o del ciclo económico. Un esfuerzo importante debe efectuarse también en materia de transparencia informativa, particularmente, en lo que hace a las tenencias de instrumentos financieros – y sus riesgos intrínsecos – por parte de entidades financieras como bancos e inversión y companías de seguros. Como parte de dicho proceso de mejora de transparencia, también debería mejorarse el marco regulatorio de las companías calificadoras de riesgo (uno de los pilares de los excesos cometidos con los instrumentos de deuda colateralizados con hipotecas).

En cualquier caso, el desafío es lograr avanzar en las direcciones mencionadas sin destruir los incentivos a la innovación financiera. No se debe perder de vista que – más allá de los excesos que ha habido - dichas innovaciones han contribuido y seguirán contribuyendo al aumento de la productividad y el crecimiento del sector real de la economía. El desarrollo de los  mercados de capital permiten hallar el fondeo para sus inversiones al menor costo y permitiendo a las empresas focalizarse en la gestión de los riesgos específicos del sector en que operan.  Esa es la verdadera revolución de las finanzas y sería un pecado mayor destruirla.



II - Argentina antes y después de la crisis: ¿Ganador o Perdedor?

El PBI de Argentina aumentó cerca de un 50% entre 2001 y 2008. Ello es un aumento notable – particularmente teniendo en cuenta la fuerte contracción ocurrida en 2002. A dicha performance contribuyeron, además de la situación inicial con capacidad excedente debida al estancamiento de la economía entre 1998 y 2001, los elevados precios de los commodities ligados a su vez al fuerte crecimiento de la economía y la liquidez internacional. Si bien al gobierno se le debe dar crédito por haber mantenido una caja fiscal relativamente ordenada, las políticas fiscales, monetarias y cambiarias han sido fuertemente pro-cíclicas.

Como resultado de ello, la fuerte recuperación tuvo un precio elevado en términos de inflación creciente – la misma pasó de menos de 5% a comienzos de 2004 a 10,9% en 2006 y entre 25% y 30% a mediados de 2008. Y aún antes que la crisis financiera internacional se declarara con toda su virulencia (tras la quiebra del banco Lehman Brothers), ya la Argentina había comenzado un proceso de enfriamiento debido a la elevada inflación, el elevado riesgo país, y la creciente vulnerabilidad financiera del estado. Lo último se debía no tanto al volumen relativo de la deuda como a las crecientes amortizaciones con pérdida de reputación en los mercados de capitales del exterior y – más recientemente - locales.

Las fuertes caídas en el precio de los commodities, precedidas por un aumento inusitado del gasto primario en años recientes, y ligadas al enfriamiento de la economía global, sumadas al aumento de la aversión al riesgo internacional comprometen aún más la viabilidad del modelo de desarrollo aplicado desde 2002-2003. Dicho modelo estaba basado en capacidad productiva excedente, caja equilibrada y elevados precios de exportación, condiciones que fueron deteriorándose aún antes del último capítulo de la crisis financiera global. A ellos se sumó, para elevar el riesgo país a niveles de default, el constante descuido del marco institucional, las reglas de juego para los inversores en sectores denominados por el gobierno “estratégicos”, y la autarquía financiera (a pesar de tardíos y vanos anuncios de renegociar la deuda con el Club de París y los holdouts del canje de 2005). El desbarranque del riesgo país – con el rendimiento de los bonos soberanos en dólares superando el 60% anual – se potenció con el reciente anuncio de la estatización de los fondos de pensiones que además privó a los mercados de capitales local de su principal agente dinamizador. En la situación actual, es esperable una parálisis de la inversión productiva - de considerable mayor magnituda a la observada en países vecinos igualmente expuestos a las condiciones internacionales pero mejor posicionados en lo aspectos institucionales y el clima de negocios en general.

i) La situación a Agosto de 2008 – Algunas señales de corrección antes del estallido de la crisis global.

El deterioro del clima de negocios – particularmente durante la crisis del campo entre marzo y julio 2008 - y la creciente vulnerabilidad fiscal y financiera del gobierno aumentaron el riesgo país y con ello aumentó la probabilidad de un proceso de estancamiento con inflación - “estanflación”. El riesgo, medido por el diferencial entre el Boden 2015 y el Bono del Tesoro de EEUU de similares plazos, rondaba en Agosto los 1100 puntos básicos – ello desalentaba las actividades productivas y elevaba peligrosamente el servicio de deuda pública. El riesgo soberano aumentó mucho más rápido que el de los países vecinos a partir de 2007, en buena medida debido a la intervención del INDEC para subestimar la inflación real. Pero también influyeron en dicho comportamiento los siguientes factores: i) la falta de transparencia y previsibilidad de reglas de juego en los sectores regulados (campo, infraestructura); ii) el excesivo poder del Ejecutivo en cuestiones presupuestales (el gasto público primario se incrementó 179% en términos nominales entre 2002 y 2007 frente a un aumento del IPC de 57%); iii) pro-ciclicidad monetaria-cambiaria (tipo de cambio fuertemenete depreciado contra la canasta de monedas); iv) distorsiones de precio crecientes en sectores de energía y transporte – con restricciones de oferta y fuerte aumento de los subsidios públicos;  y v) autarquía financiera evidenciada en la falta de resolución de la deuda con el Club de Paris, los holdouts y el default implícito en los bonos ajustados por CER (ligado a la intervención del INDEC) tras una innecesariamente prolongada e incompleta renegociación de la deuda en default.  

La situación se complica por las crecientes necesidades de financiamiento del gobierno originadas en el explosivo aumento de subsidios privados ($13.000 millones en la primera mitad de 2008 - también jubilaciones, transferencias a las provincias e inversión), mayores vencimientos de deuda (los mismos pasan de US$6.000 a US$10.000 millones anuales a partir de 2009) y la creciente tasa de interés de mercado (así como al step-up de tasas de interés negociado en el canje de 2005). Pero lo que más agudiza el problema del financiamiento no es tanto la magnitud de los vencimientos como el virtual racionamiento en los mercados voluntarios de crédito.

En vista de la ocurrencia simultánea de alta inflación – con el potencial impacto sobre la puja distributiva – y elevadas necesidades de financiamiento, el gobierno había comenzado a tomar algunas medidas que parecían traer cierta consistencia a la atención de la cuestión inflacionaria y financiera del gobierno. Por ejemplo, la apreciación del tipo de cambio (para contener la inflación), ajustes selectivos de tarifas (para reducir subsidios), negociaciones salariales más restrictivas, recortes presupuestarios (principalmente inversión y transferencias a las provincias) y remisión al Congreso de temas conflictivos y complejos (retenciones al agro, nacionalización de Aerolíneas Argentinas).  También – con la intención de normalizar las relaciones con los acreedores - se dieron señales en cuanto a una posible cancelación de deuda con el Club de Paris y un acuerdo posible con los holdouts. La consistencia macroeconómica requería coordinar las políticas fiscales y monetarias y – en paralelo - una gestión de deuda activa que permita recuperar la confianza de los mercados de capitales (negociación con Club de París y holdouts). Si bien uno de los temas centrales de la incertidumbre institucional y macroeconómica quedaba sin resolver – la normalización del INDEC - la estrategia del gobierno parecía encaminada a resolver al menos algunos de los problemas más acuciantes que afectaban la macroeconomía.

Sin embargo, el gobierno carecía de una visión y una estrategia global orientada a resolver las cuestiones estructurales que impactaban tanto sobre la macroeconomía como sobre el clima de negocios y por ende la inversión y el crecimiento. Por ejemplo, en los sectores de infraestructura el objetivo debería haber sido incentivar la inversión privada y reducir la necesidad de subsidios e inversión pública a través de reglas de juego claras para la inversión y una política tarifaria consistente. Ello permitiría minimizar la necesidad de inversión pública y reorientar los subsidios focalizándose en los sectores más necesitados contemplando la adopción de una tarifa social destinada a los sectores de menores ingresos – la economía de subsidios hubiese sido importante tanto en términos fiscales como de equidad. Frente a este enfoque estructural con claro impacto fiscal positivo, la alternativa de licuar el gasto público primario por la vía de la inflación (más allá de la limitación impuesta por la reciente indexación de jubilaciones) es socialmente regresivo y económicamente ineficiente.

Por el lado de los ingresos fiscales, teniendo en cuenta que el país ya había alcanzado un record de recaudación (25% del PBI en 2007) y que la economía se encontraba en una fase de desaceleración, no parecía viable elevar significativamente la misma. Más bien, existía el riesgo de una caída en la recaudación ante posibles nuevas caídas en el precio de los commodities – las retenciones al comercio exterior representaban un 16,4% de la recaudación en la primera mitad de 2008 y una caída del 25% en el precio de los commodities conduciría a una caída en la recaudación de 1% del PBI. En todo caso, los mejoras en la recaudación podrían provenir de aumentos en la eficiencia recaudatoria y una simplificación del esquema tributario - que a la vez perfeccione los principios de eficiencia y equidad incluidos los del régimen de coparticipación federal.

En cualquier caso, la dinámica del ajuste requería la creación de un mayor espacio fiscal. Sin ello, el inevitable endurecimiento de la política monetaria se traduciría en tasas de interés insostenibles para los sectores productivos. Las mayores tasas contribuirían a morigerar la huida del dinero y  la vez promover el ahorro financiero; a su vez estarían asociadas al proceso de apreciación del tipo de cambio real que se observa en los procesos desinflacionarios – cuanto mayor el espacio fiscal, menor el aumento de tasas y menor la apreciación cambiaria. La apreciación es una parte integral de la estrategia de estabilización por cuanto contribuye a reducir la demanda por bienes domésticos; también permite compensar el impacto negativo sobre el salario real de los necesarios ajustes de tarifas de servicios públicos.
Es importante notar, que si bien la apreciación tiene un impacto sobre la competitividad, el país aún contaba con un tipo de cambio real multilateral (TCRM) competitivo. Según el índice de TCRM publicado por el BCRA, en el primer semestre de 2008 el mismo se hallaba un 11% más depreciado que el promedio de 2006 (y un 125% más depreciado que el promedio 1991-2001). Corrigiendo el TCRM por el desvío entre la inflación real y la oficial – estimando la brecha acumulada en 30% - el mismo estaba un 15%  más apreciado que en 2006 pero aún un 73% más depreciado que el promedio 1991-2001. (El TCRM está afectado negativamente por la reciente apreciación del dólar frente a las monedas de los demás países con que Argentina comercia – discutido abajo).

La estrategia de estabilización podría haber sido facilitada por la adopción de una política de metas de inflación gradualmente decrecientes lo cual suponía en cualquier caso mayor flexibilidad del tipo de cambio. Si bien la adopción de un tipo de cambio flotante podría facilitar una desinflación rápida, acarreaba el riesgo de una apreciación real fuerte con impacto negativo sobre el sector real de la economía. Hasta mediados de 2008 al menos lo prudente parecía ser que el banco central interviniese induciendo una tasa de depreciación nominal menor que la tasa de inflación contribuyendo a suavizar el impacto sobre la apreciación real.

En síntesis, antes de la agudización de la crisis financiera internacional (tras la caída del Banco Lehman Brothers), el país había tomado algunas decisiones en el sentido de atacar el problema inflacionario. No obstante, en ausencia de una visión y estrategia coherente de mediano y largo plazo la prognósis no era buena. La mejor opción era entonces una desaceleración gradual facilitada por moderación fiscal y monetaria, reformas estructurales para recomponer el clima de negocios (generando mayor confianza a la inversión) y permitir simultáneamente atender los desequilibrios fiscales- particularmente los subsidios derivados de la intervención del estado en la energía y el transporte.  Reformas institucionales en áreas diversas como INDEC y el régimen de coparticipación federal, las relaciones con acreedores y en general el marco regulatorio de infraestructura y la eliminación de impuestos distorsivos eran algunos de los elementos claves para mejorar el clima de negocios.  

Sin embargo, ante la agudización de la crisis global, y agravado por algunas decisiones domésticas, las condiciones de política económica cambiaron en forma drástica en pocos meses.

ii) Tras la crisis global, las condiciones externas e internas del país han cambiado radicalmente.

En la coyuntura actual, a los factores domésticos de contracción se suman los factores globales - la fuerte caída de precios de commodities, la desaceleración y estrechez financiera global, y el fortalecimiento del dólar internacionalmente (o su reverso, la devaluación de las monedas de importantes vecinos comerciales como Chile y Brasil).  En dicho contexto, existe margen para repensar algunas de las políticas que tan sólo unos meses atrás se veían como deseables.

Por un lado, existe más necesidad que antes de avanzar con reformas estructurales en los sectores de infraestructura. Ello incluye en particular reformas estructurales para encarar en forma más agresiva el tema de los crecientes subsidios y – crecientemente – el tema de los vencimientos de deuda propiamente.

Por otro lado, el aumento de la desconfianza y el enfriamiento brusco de la inversión, reduce las presiones inflacionarias y exige un ajuste fiscal más gradual y a una política monetaria menos restrictiva que en el escenario anterior.  Ello significa entre otras cosas monitorear la situación competitiva cambiaria con los socios regionales, cuidando a la vez la meta de una desinflación gradual. El margen para expansión fiscal está fuertemente acotado por la ausencia de crédito.   Tal vez la recesión sea inevitable pero no es lo mismo dos trimestres de recesion moderada que 3 o 4 años de estanflación.  genera una

Es en ese contexto que la crisis internacional, lejos de aislar al país de las consecuencias de la misma, parece haber castigado al país más que a los vecinos de la región igualmente afectados por la fuerte caída en el precio de los commodities.  En Septiembre y Octubre de 2008, mientras el riesgo país de Argentina pasó de            a     , el riesgo país de Brasil pasó de   a   , el de Chile de   a    y el de Uruguay de    a         .  En dicho comportamiento influye, además de la mala reputación en los mercados internacionales de capitales del país, la fuerte dependencia del superávit primario en las retenciones a la exportaciones (que ante la caída del precio internacional de commodities puede ocasionar caídas en la recaudación de entre 1 y 2% del PBI); y – más recientemente - la expropiación por el Estado de los activos previsionales y los derechos a seguir administrando los mismos por los fondos de pensiones privados. En el trasfondo está también la aún irresuelta crisis energética y los ingentes recursos del estado necesarios para  subsidiar la producción de energía y el transporte público.

iii) Agenda Compartida de Crecimiento

Más allá de la eficiencia, consistencia y/o efectividad de dichas medidas, sería deseable que el gobierno encare más sistemáticamente una estrategia consistente de estabilización y una estrategia para mejorar el clima de inversión que vuelva a generar expectativas de crecimiento sostenido. Esto permitiría reducir el costo del capital y estimular la inversión y de ese modo contrarrestar los factores de enfriamiento inherentes a la estabilización. Las medidas aisladas actuales no constituyen una masa crítica ni generan señales suficientes para revertir la tendencia del riesgo  soberano.
Conjuntamente con el plan de estabilización, el gobierno debería anunciar los principales elementos de una agenda de crecimiento – ello permitiría compensar con más inversión los efectos de corto plazo del plan de estabilización.

En primer lugar, los procesos de inversión y crecimiento sostenido van usualmente acompañados de procesos de integración económica y comercial. A la vez están asociados a iniciativas y políticas de innovación y de desregulación. En el caso particular de los sectores de infraestructura, un marco regulatorio transparente, pro-competitivo y predecible contribuiría a reducir las necesidades fiscales, a promover inversión en sectores críticos para el crecimiento sostenido, y a mejorar la eficiencia de los servicios.

En segundo lugar, el crecimiento sostenido requiere mercados de factores (capital y trabajo) eficientes y una estrategia para mejorar la igualdad de oportunidades. La eficiencia y profundidad de los mercados financieros exige regulaciones prudenciales, un ente regulador independiente, y un marco de supervisión que confieran estabilidad, seguridad jurídica y transparencia a los mercados. La flexibilidad en el mercado laboral, acompañada de regímenes de protección social mixtos - que a la vez aseguren la protección universal y los incentivos a aportar a regímenes contributivos - pueden contribuir a la movilidad laboral, al empleo formal y a elevar los retornos a la educación. La estrategia de inclusión y protección social debería considerar: programas integrados de salud, educación y vivienda; asistencia universal a través de transferencias condicionadas; programa de erradicación de pobreza extrema (siguiendo los ejemplos de los programas en Chile, Brasil y Méjico).

En tercer lugar, una agenda de crecimiento – especialmente en la Argentina - debería considerar mejoras al clima institucional. Esto último podría incluir las sigueintes áreas: otorgamiento de mayor autonomía y eficiacia a la justicia, organismos independientes y entes reguladores; mejorar la capacidad para evaluar políticas, programas de gasto, funcionarios e instituciones; y considerar planes para mejorar la eficiencia y equidad en las relaciones inter-provinciales.

(1) El autor es Doctor en Economía por la Universidad de Oxford. Fue economista líder del Banco Mundial y gerente de análisis financiero del BCRA.






Center and periphery in the eurozone - Integration Options

July 24th  2012

The euro benefited all eurozone members with low interest rates, increased financial flows and greater trade integration. This facilitated the rapid "sale" of the euro in spite of significant productivity differentials, fiscal asymmetries, differences in bank regulatory frameworks, and the loss of lenders of last resort. Gaps in competitiveness and different degrees of fiscal consolidation in the eurozone eventually condemned periphery countries to a sharp recession and contagion fears spread to center countries raising questions about the sustainability of the euro. After the failure of rescue programs in Greece and Portugal, and despite the massive injection of liquidity by the ECB (European Central Bank), the yield of government bonds from countries like Italy and Spain remains at unsustainable levels of 6 to 7 percent.
A comprehensive strategy for the euro should recognize significant competitiveness and fiscal asymmetries within the eurozone. It should also take into account the dynamic fiscal implications of divergent competitiveness trends. For example, productivity growth in Germany (with a fixed exchange rate vis-à-vis eurozone countries) is expansionary and tends to lower its fiscal deficit/GDP ratio and its debt/GDP ratio. The opposite occurs in countries with less dynamic competitiveness trends: a persistent increase in unit labor costs (wage increase per unit of output) in these countries makes them less competitive vis-à-vis Germany and therefore, their GDP and fiscal balance relative to GDP tends to deteriorate. This is indeed what happened in most periphery countries. The policy implication is that fiscal sustainability in the eurozone cannot be addressed in isolation from underlying competitiveness trends.
The four countries with lower productivity growth in the periphery are Greece, Portugal, Ireland and Spain. In 1995-2007, growth of unit labor costs in these countries was 40 percent higher than in Germany. These countries are also among the most indebted: in Portugal and Ireland, the debt/GDP ratio was over 100 percent and in Greece more than 160 percent in 2011. In a few periphery countries, fiscal dynamics may have been unaffected by divergent competitiveness trends. However, this was the case only while the credit boom lasted; as the housing credit bubble burst, sovereign debt rose sharply in Ireland, and more recently, in Spain.
Competitiveness differentials have been smaller in center countries; however, even within this group there are sizable differences. For example, over 1995-2007, German unit labor costs fell 3 percent and Austria’s increased 5 percent. In the subgroup of Belgium, Finland and France, unit labor costs increased 10/20 percent more than in Germany. In a third subgroup, Italy, Netherlands and Luxembourg, unit labor costs increased 25/33 percent more than in Germany. Within the center group, the most indebted is Italy (120 percent of GDP in 2011), which is also among the less competitive. The two other more heavily indebted countries, Belgium (99 percent of GDP) and France (86 percent of GDP), belong to the second less competitive subgroup.  
Based on the foregoing, the countries which are closest in terms of competitiveness and fiscal performance (Germany and Austria) should be well prepared to converge to a fiscal union and, to that extent, to issue Eurobonds and create a banking union (with unified intervention mechanisms, and consolidated financial supervision and regulation). Such countries could adopt a common budget in stages, thereby helping to gradually promote deeper integration and competitiveness convergence. Macroeconomic policy coordination could lead to adoption of a fiscal rule with a structural balance target (adjusted to for the economic cycle).  Long-term fiscal savings could be achieved through reforms of social programs that can also help to enhance labor mobility, for example, extension of pensionable age based on longevity trends can be complemented with institutional reforms to enhance pension portability.
The road towards a broader fiscal union should be an incremental one, allowing the incorporation of other countries as they progress in terms of fiscal and competitiveness convergence. The political cohesiveness behind the commitment to join the union would be of paramount importance. During the transition, as other countries join, the core fiscal union could extend the European Stabilization Fund to help the region's banking systems (as recently announced) thus limiting the potential for bank runs and contagion. It could also grant the right to issue Eurobonds to countries with a proven record of structural and fiscal reforms and with an equal commitment to undergo such reforms in order to join the fiscal union. Given their size (and potentially disruptive impact on the euro) and ongoing policy commitments, Italy and Spain could be good candidates to receive such help.
For countries like Greece, where the commitment to reform is looser, the best alternative may be an orderly exit from the euro. The re-introduction of sovereign currencies would – through exchange rate devaluation – help to jump-start the recovery buying valuable social and political time to adopt reforms. The exit from the euro entails costs (increased burden of foreign currency debt, currency mismatches in the financial system, falling real wages) and risks associated with terminating a contract and/or likely debt restructuring. However, in view of the high current uncertainty, most of these costs are already largely discounted by the markets. The countries’ central banks – with help from the ECB – can provide a financial safety net to banks and foreign currency borrowers while debts are being restructured.
Aside from recognizing diversity and fostering a fiscal union, the strategy for the euro should be systemic.  Raising the ECB´s annual inflation target range to 2/3 percent would ease recession pressures throughout the eurozone and take off pressure in periphery countries. The core fiscal union should invest in low productivity EU countries through social and structural transfers to smooth out the potential short-term costs of reforms during the transition. Such reforms ought to include policies to increase labor market efficiency and mobility, adoption of budget processes leading to fiscal harmonization, consolidation of competition frameworks, unified regulation and supervision of financial institutions, and single infrastructure and education policies.

Daniel Oks. Ph.D., University of Oxford. Formerly, Manager of Financial Analysis at the Central Bank and Lead Economist for Chile and Uruguay at the World Bank.

viernes, 9 de agosto de 2013


Argentina – Cuando consensuar políticas se vuelve una necesidad.

Daniel Oks (1)

La divisoria ideologica que dividen las opiniones en el país no está exenta de racionalidad según la importancia que se le asignen a determinados indicadores económicos y sociales. Por ejemplo, el objetivo del empleo es para muchos el principal objetivo macroeconómico no sólo por su contribución al crecimiento y el consumo sino principalmente por su significación social. Para otros, la eficiencia microeconómica e institucional son la base para la inversión y el crecimiento y como tales son los objetivos más importantes (en parte porque indirectamente contribuyen al empleo).

En la coyuntura actual, sin embargo, dicha supuesta dicotomía pierde relevancia en la medida que las posibilidades de seguir generando empleo sin mejorar el clima de inversión se reducen. El espacio fiscal y monetario para generar empleo a través de políticas keynesianas es cada vez más limitado. La presión tributaria y el atraso cambiario inducido por las políticas expansivas y – en forma inconsistente - el cepo cambiario desincentivan la inversión. El gasto público y su financiamiento monetario se traducen - cada vez más rápido - en inflación. Por ello, con independencia del objetivo económico y social que se priorice, existe una mayor necesidad de recrear condiciones para la inversión.

¿Cuáles son las condiciones iniciales? El objetivo social de un alto nivel de empleo y baja tasa de desempleo se ha logrado; algunos fundamentos macroeconómicos (particularmente hasta 2007) se han cuidado más que en otros ciclos de expansión – a saber, el nivel de endeudamiento público, el nivel de reservas (aunque están cerca de alcanzar un nivel crítico) y el balance comercial. Por otro lado, sobre todo desde 2008 en adelante, se han descuidado los equilibrios fiscales y monetarios así como un conjunto de variables microeconómicas e institucionales que han impactado negativamente sobre la inversión. Por ejemplo: la falta de transparencia y corrupción; la alta presión tributaria e impuestos distorsivos como ganancias y las retenciones al agro; los precios relativos regulados que priorizan la importación sobre producción doméstica (energía) o desincentivan a sectores eficientes (agropecuario); la intervención del INDEC conducente a la sistemática subestimación de la inflación; la insuficiente inversión pública en áreas críticas de infraestructura (saneamiento, transporte); el proteccionismo incipiente ligado al cepo cambiario; y el incumplimiento de compromisos internacionales (cuasi-confiscación de YPF y Aerolíneas, holdouts, Club de Paris, dictámenes del CIADI).

Las dificultades para seguir progresando en las metas socio-económicas del Gobierno en el contexto estanflacionario actual pone en cuestión la validez de la estrategia macroeconómica del Gobierno – lo que a su vez compromete las metas sociales. La misma tiende a exacerbar la inestabilidad macroeconómica debido a la profundización de distorsiones de precios relativos (tarifas de empresas infraestructura, atraso cambiario) y los desequilibrios monetarios (huída del peso e inflación). La creciente brecha del mercado de cambios paralelo sobre el oficial a su vez alimenta las expectatvas inflacionarias y la profundización de distorsiones aumenta el riesgo de que la inflación reprimida se dispare. En este contexto, la equidad también se halla comprometida debido al: carácter regresivo del impuesto inflacionario, el potencial atraso de salarios y mínimos no imponibles frente a un salto inflacionario. Por otro lado, la mala regulación en sectores de infraestructura da cuenta del magro nivel de inversión, el deterioro del balance comercial energético y el aumento del costo logístico - que a su vez limita el potencial de exportaciones.  El atraso cambiario – frente al dólar el peso está a niveles cercanos al 2001,  y las monedas regionales se han depreciado más rápido en términos reales desde 2007  - conspira contra la producción doméstica y la sostenibilidad del empleo.

En la actualidad, el Gobierno enfrentará dificultades para profundizar las mejoras sociales si no adopta un plan que revalorice la importancia de la inversión. Dicho plan puede beneficiarse de algunos logros del Gobierno actual, principalmente, el relativamente bajo nivel de endeudamiento. El plan requiere consensos mínimos entre el Gobierno y la Oposición y permitiría salir del proceso estanflacionario con políticas gradualistas en las siguientes áreas:

i)              Normalización del acceso a los mercados internacionales de capital (resolución de los holdouts, Club de Paris, normalización del INDEC); ello permitirá abaratar el costo del financiamiento y acceder a líneas para importantes obras de infraestructura en las áreas de saneamiento, energía y transporte.
ii)             Reemplazo del cepo cambiario por un régimen de flotación administrada; ello contribuirá a mejorar la competitividad del sector transable y a liberar el acceso a insumos industriales críticos.
iii)           Adopción de un plan fiscal y monetario consistente incluyendo:   adopción de metas de inflación; racionalización del gasto público reduciendo subsidios (3% del PBI); reducción de las desgravaciones impositivas regionales (Tierra del Fuego cuesta 0,5% del PBI); mejora del gobierno corporativo de empresas públicas (Aerolíneas Argentinas pierde 0,5% del PBI e YPF no logra financiar su plan de inversiones); mayor correspondencia entre transferencias fiscales y responsabilidades de las provincias ); y ajuste por inflación de los balances de las empresas y de los mínimos no imponibles de los trabajadores.
iv)           Mejora del clima de inversión incluyendo acciones contra la corrupción, la reformulación de los marcos regulatorios en los sectores de energía, transporte y financiero. La reducción gradual de subsidios a productores del sector transporte y energía puede ir acompañada con la introducción de subsidios a los consumidores de menores recursos.
v)             Vigorosa reinserción del país en el comercio global incluyendo nuevos acuerdos regionales y reglas claras para la inversión incluyendo el sector minero y desregulación de sectores protegidos como el automotriz, electrodomésticos y laboratorios (productos ostensiblemente más caros que en los países vecinos).
vi)           Adopción de un plan integrado de reducción de la pobreza combinando la dimension de asistencia con metas de educacion, salud y vivienda; ello requiere institucionalizar la asistencia a través de transferencias condicionadas.


(1) El autor es Licenciado en Economía de la UBA y Doctor en Economía por la Universidad de Oxford. Se desempeñó como economista del Banco Mundial en América Latina y Europa del Este. Esta nota de opinión está basada en un artículo más amplio publicado en el blog Danielokseconomia.blogspot.com


domingo, 4 de agosto de 2013

Respuesta al comentario 1

Respuesta al comentario 1:

La neutralidad es imposible para una visión dicotómica de la realidad y en particular la política. Sin embargo hay un universo de razones del sentido común que muestra que es posible encontrar elementos positivos y negativos dentro de una política determinadas y desde una perspectiva técnica. Eso es lo que la nota pretende.  De ahi, que por ejemplo el gobierno heterodoxo K ha sido en varios aspectos más ortodoxo o prudente que los autodenominados gobiernos ortodoxos-liberales, por ejemplo, en lo que hace al desendeudamiento.

Por supuesto que el crecimiento y la inversión son metas intermedias de aquellas otras metas como el empleo y el poder adquisitivo. Pero el mensaje de la nota es justamente demostrar que hay un limite a lo que se puede hacer en materia social con herramientas keynesianas en un contexto de deuda baja. Ese limite esta dado por el descuido del clima de inversion y la estabilidad sin la cual la torta no crece y meras redistribuciones pueden inclusive hacer achicar la torta.