Inflación: chivo expiatorio del“ajuste.
No cuidar las reservas hara que el avión se estrelle – así ha sido el final de los
gobiernos que por temor a la inflación se terminaron enamorando del ancla
cambiaria. Así el Gobierno razona que bailar con el atraso cambiario es más
peligroso que con la inflación. Pero aún así, también conciente del riesgo de
espiralización de la inflación, el Gobierno ha apelado al ancla monetaria intentando desincentivar la corrida
al dolar elevando las tasas de interés.
La combinación de controles cambiarios y política
monetaria restrictiva, en ausencia de un programa macroecónomico fiscal creíble, no pueden impedir el derrame de reservas ni
eventualmente la inflación. Durante
una década en que el gasto público
consolidado creció casi veinte puntos porcentuales del PBI - al margen de la
productividad y en un contexto de
deterioro del clima de inversión y
autarquía financiera - las presiones de financiamiento terminaron por ahuyentar
la inversion por la vía de impuestos elevados, inflación y más recientemente altos
costos financieros. Sin un plan de reequilibramiento fiscal a mediano y largo
plazo la probabilidad de un escenario con estancamiento y recesión aumenta. La estabilización y recuperación de
crecimiento vendrán eventualmente de la mano de un programa que vuelva a
equilibrar las cuentas públicas y que unfique el mercado cambiario. No tienen
que ser terapias de shock, los planes gradualistas – si creíbles – pueden ser
altamente efectivos y volver a generar una dinámica de inversion y crecimiento.
Si bien el costo social de un programa de este tipo
no tiene porqué ser elevado (o inclusive puede no existir si logra restablecer
confianza e inversion), la percepción de costo político de dichos programas sí es elevada. Lo paradójico es que la alternativa implícita de un ajuste a través de la inflación tiene costos
sociales más elevados aún. La inflación no sólo es la consecuencia de
expansión monetaria y fiscal excesiva (al margen de las condiciones de oferta,
inversión y equilibrios macroeconómicos);
es también la
herramienta silenciosa de un proceso de ajuste que licúa el
gasto público real, deuda y salarios reales facilitando de hecho una mejora en las
finanzas públicas. El costo social de dicho proceso es elevado tanto por el
impacto recesivo de las subas en las tasas de interés como por compresión del
salario real y la incertidumbre macroeconómica. El resultado puede ser una suerte de vuelta a los 80s – período de
estancamiento crónico con ciclos de expansión cortos – aunque con menos deuda. Y también guarda semejanzas con la
crisis de mediados de los 70s cuando las correcciones tarifarias y cambiarias
se efectuaron en un contexto sin ancla fiscal ni monetaria. Los ajustes“involuntarios suelen ser más costosos que los procesos de ordenamiento
macroeconómico¨ que obviamente requieren más tiempo y prudencia en su
concepción y aplicación.