MIERCOLES 14 DE DICIEMBRE DE 2016 EL ECONOMISTA II 15
Debates.
por Por Daniel Oks (*)
Las política fiscal y monetaria podrían ser más gradualistas.
Como la economía está por debajo de su tendencia, y dada la importante caída proyectada del
gasto público real, la política fiscal ha sido contractiva. Además, una meta de desinflación más
gradual permitiría suavizar o mitigar los costos de la estrategia desinflacionaria.
La falta de una trayectoria
creíble de convergencia del
déficit fiscal a niveles sustentables
a mediano plazo (niveles de
déficit que estabilicen la relación
deuda-producto) deja a la política
monetaria sola en la batalla por
reducir la inflación. Ello ocurre
porque el ancla fiscal es lo que le
da sostén a la política monetaria
en el mediano plazo –si los niveles
de deuda que financian al
déficit se vuelven insostenibles,
aumenta el riesgo de monetización
de los déficit y la restricción
monetaria deja de ser efectiva–.
Así, las expectativas de menor
inflación son sólo alimentadas
por el pilar monetario. Si la expansión
monetaria que surge de la
meta de inflación del BCRA es menor
a la expectativa de inflación
(que guía las marcaciones de precios)
debido, por ejemplo, a una
estrategia fiscal insostenible, se
fuerza el ajuste por cantidades (al
no haber suficiente liquidez para
absorber bienes a los precios más
altos, las empresas venden menos
unidades) lo que implica menor
actividad económica.
El correlato financiero es
que, para alcanzar la meta de inflación,
el BCRA se ve obligado
a fijar tasas de interés más elevadas,
lo que vuelve atractivas
inversiones financieras en detrimento
de la inversión real. A
su vez, el financiamiento externo
de los déficit fiscales genera
ingreso de divisas que inducen
apreciación cambiaria generando
problemas de competitividad
y menor oferta de bienes.
El debate
¿Cuán creíble es la política fiscal
gradualista del Gobierno? La
presunción es que no es creíble
porque siquiera es gradualista.
Acá argumentamos –contra la
corriente– que sí es gradualista
y que inclusive se asemeja más
a una política de shock una vez
que se tiene en cuenta la fase del
ciclo económico y la erosión inflacionaria
del gasto público y la
recaudación. El fuerte financiamiento
externo recibido en 2016
es atribuible no sólo al déficit
fiscal sino también a la refinanciación
de deuda existente y a la
sustitución de emisión monetaria
por deuda financiera.
Los números
Para demostrar este punto evaluamos
los dos componentes
del déficit fiscal primario en su
comportamiento real y en relación
al ciclo económico: el gasto
primario (sin intereses) y la recaudación.
En gasto primario (de caja)
consolidado creció 32,2% en el
acumulado enero-octubre de
2016. Frente a este aumento, el
IPC acumulado interanual del
Congreso escaló 43,9%. Esto implica
un ajuste contractivo de
aproximadamente el 8,1% del
gasto primario real.
Si bien es probable que haya
una reversión durante los últimos
meses por el atraso en obra
pública (que en parte se compensa
en los últimos meses) y por
nuevos compromisos de partidas
sociales y pensiones, la reversión
posiblemente será sólo parcial.
En rigor, en la fase baja del ciclo
como en 2016, el gasto público primario
real debería haber aumentado
si se hubiera comportado
anticíclicamente, como se espera
al menos que ocurra con las partidas
sociales. El hecho de que haya
caído, en cambio, indica que la
política fiscal ha sido contractiva
y procíclica. En otras palabras,
fue una política de ajuste tradicional
por el lado del gasto.
Por el lado de los ingresos
–que guardan una estrecha relación
con el PIB (por ejemplo,
IVA, Ganancias y/o seguridad social)–
los ingresos tributarios del
Estado Nacional crecieron 27,6%
en el acumulado interanual del
período enero-octubre de 2016.
En relación a la inflación, la recaudación
real cayó 11,3%. Seguramente
los ingresos extraordinarios
del blanqueo contribuirán
a atenuar dicha caída pero
difícilmente anularla y, en todo
caso, son un recurso extraordinario
(y no recurrente, aunque aumente
la base impositiva). Pero,
dado que los ingresos dependen
del ciclo económico, la caída de
la recaudación real no marca el
verdadero rumbo o impacto de la
política fiscal sino que más bien
refleja la caída de la actividad.
En varios países se toma el
balance fiscal estructural –que
corrige el balance primario por
el impacto del ciclo económico–
como la verdadera medida
del impacto fiscal. Así medido,
correspondería sustituir los ingresos
efectivos por los ingresos
de tendencia. Los ingresos de
tendencia se pueden obtener estimando
la relación entre recaudación
y PIB (a través de un análisis
estadístico) y tomando el PIB de
tendencia (que a su vez surge de
suavizar los ciclos tomando la
tendencia de crecimiento o estancamiento
del PIB).
Dado el estancamiento relativo
del PIB en 2012-2015, y como
simplificación metodológica, podemos
tomar la relación recaudación-PIB
en 2015 como un ratio de
tendencia y el PIB de tendencia
en 2016 igual al de 2015. De esos
supuestos resulta que los ingresos
de tendencia son 12,7% más
altos que los ingresos corrientes
reales proyectados para 2016. En
tal sentido, la política fiscal actuó
anticíclicamente pero no se puede
decir que los ingresos estructurales
hayan caído y, con lo cual,
no se puede descartar que la polí-
tica fiscal haya sido gradualista
por el lado de los ingresos.
La clave
En resumen, en vistas de que la
economía se halla por debajo de
su tendencia en 2016, y dada la
importante caída proyectada
del gasto público real y que los
ingresos estructurales se estarían
moviendo poco, se puede
argumentar que la política fiscal
ha sido estructuralmente contractiva
debido principalmente
al comportamiento del gasto primario
real. Si el Gobierno comunicara
esta dimensión –la política
fiscal estructural– tal vez el
anuncio de una estrategia fiscal
gradualista sería más creíble y
los mercados y las inversiones
no estarían afectados como algunos
analistas suponen.
El factor monetario
El segundo punto de esta columna
tiene que ver con la consistencia
de la política monetaria con el
gradualismo fiscal. Una meta de
desinflación más gradual alineada
con la meta fiscal gradualista
permitiría suavizar o mitigar los
costos de la estrategia desinflacionaria.
En primer lugar, una
meta de desinflación más gradual,
al reducir el rendimiento
esperado de los bonos del Gobierno,
permitiría desactivar varios
negocios financieros que conspiran
contra la inversión real. En
segundo lugar, con tasas de interés
ex ante más bajas en relación
a la inflación esperada, el influjo
de capitales que deprime el tipo
de cambio se reduciría atenuando
el proceso de apreciación cambiaria
real. Estas señales permitirían
acelerar la transformación
de la mejora efectiva de ingresos
y liquidez disponible en decisiones
de consumo e inversión.
Más allá de la necesidad de
delinear y comunicar en forma
transparente una estrategia de
convergencia fiscal y monetaria
gradual a un nivel de gasto y de
déficit fiscal más sostenible en
el tiempo, el Gobierno debería
también simultáneamente desarrollar
y/o comunicar mejor un
programa de reformas para activar
las fuentes de crecimiento y
mejorar la equidad conducentes
a mejorar la competitividad y
promover la inserción activa del
capital humano en procesos de
innovación.
La agenda
Ello incluye marcos regulatorios
procompetencia para que el
sector privado pueda asumir importantes
responsabilidades en
el desarrollo de infraestructura,
mercados de capitales e integración
a la economía global. Asimismo,
la nueva reforma tributaria
debería reducir los costos
no remunerativos del salario con
miras a mejorar el empleo formal
y la formalización de las Pymes.
A efectos de mejorar las condiciones
competitivas de las pymes,
se debería enmarcar dentro
del marco de defensa de la competencia
el poder monopólico de
los sindicatos –así como reducir
la litigiosidad laboral ilegítima
que desincentiva al igual que los
excesivos impuestos al trabajo
el empleo formal–. Más recursos
deberían dirigirse a apoyar
el emprendedorismo así como a
políticas activas que faciliten la
reconversión de capacidades en
el mercado de trabajo pensando
en la apertura gradual de la economía.
Finalmente, se deberían
profundizar las políticas de contención
social, salud y educación
compatibles con la equidad
y el desarrollo del potencial del
capital humano crucial para la
igualdad de oportunidades y el
crecimiento.
(*) Economista y presidente de
la desarrollista DESUR.
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