El
real estate en los ciclos recientes. Una perspectiva macroecónomica.
El
mercado inmobiliario ha sufrido importantes vaivenes en los últimos 7 años.
Hasta 2007, la expansión del sector fue facilitada por la fuerte recuperación
económica basada en costos históricos razonables, y abundante oferta de dólares
alimentada por los superávits gemelos (fiscal y externo). Los aumentos de precios
fueron fomentados indirectamente por la ausencia de instrumentos de ahorro
financiero alternativos debido a su vez a la prohibición de la indexación, y de
una política monetaria expansiva con tasas de interés reales negativas la que
se profundizó a partir de 2008 junto con un mayor deterioro fiscal. La crisis
financiera internacional en 2009 generó una recesión doméstica y una caída de
la actividad inmobiliaria – aunque paradójicamente frente a activos financieros
externos inestables el real estate local - caracterizado por un bajo nivel de
apalancamiento - no dejó de ser un refugio interesante para ahorristas.
El
cepo cambiario y la
pesificación compulsiva en 2011, contribuyeron al aumento del spread del dólar blue
sobre el dólar oficial (a niveles que oscilaron mayormente entre el 50% y el
70%). Ello debería haber implicado una
caída de precios en dólares de las propiedades usadas (ligadas al dólar blue) pero
ante la incertidumbre macroecónomica y falta de opciones de ahorro (sumado a un
dólar caro), los inversores optaron por refugiarse en las propiedades efectuándose
el ajuste por la vía de las cantidades (una fuerte contracción de operaciones)
y no tanto los precios (que apenas bajaron un 10% o 15%). En paralelo, la
devaluación del peso en los mercados informales abarató los costos de
construcción en dólares e incentivo la construccion de nuevas obras generando
una fuerte competencia al usado. Se dió la paradoja de un mercado del usado cuasi
paralizado y un mercado del nuevo – principalmente fideicomisos al costo –
activo aunque acotado por la incertidumbre macroeconómica.
Recientemente
el gobierno encontró nuevos límites a las políticas fiscales y monetarias
expansivas enfrentando presiones inflacionarias excesivas y el riesgo de
continuas pérdidas de reservas internacionales exacerbadas por la caída en la
competitividad externa. En dicho contexto optó por elevar las tasas de interés
nominales, devaluar el peso y resolver temas institucionales como el INDEC.
Asimismo inició la búsqueda del acceso a los mercados voluntarios de deuda –
aunque ello requiere enmarcar la politica macro en el contexto de una auditoria
del FMI que por el momento rechaza. Favorecido por un clima internacional aún favorable
(aunque con presiones al alza en las tasas de interés internacionales) al menos
se logró estabilizar la inflación (tras el salto esperado en los primeros meses
tras la devaluación) y frenar el dreanje de divisas alejando en el corto plazo el
fantasma de una crisis de balanza de pagos y o de una estampida inflacionaria.
La reciente devaluación de enero (así
como el mayor ritmo de devaluación diaria anterior) viene en el contexto de un
programa ortodoxo de ajuste monetario pero sin un plan fiscal coherente de
mediano plazo que permita evitar tasas de interés abultadas. Por ello si bien
alivia los problemas de competitividad en algunos sectores crea un contexto
recesivo – vía tasas de interés elevadas – y genera una sustitución de activos
financieros por activos inmobiliarios en las carteras de ahorro perjudicando así
al real estate. Por otro lado, y amortiguando parcialmente dicho efecto, la ausencia
de políticas fiscales creíbles dejan a la inflación como el chivo emisario del
ajuste y permite que nuevas disparadas del dólar blue incentiven en ciclos
cortos nuevos proyectos debido a la caída (transitoria) del costo en dólares de
la construcción. Esta es la encrucijada de corto plazo donde la
rentabilidad de los proyectos de real estate transita un período de gran
incertidumbre.
A mediano plazo (2016), si las
políticas iniciadas se profundizan y extienden al plano fiscal (como la
revisión de subsidios y paritarias que no compensan la inflación histórica
parecen indicar), el panorama de inversiones para el país podría mejorar
sustancialmente. La Argentina recibe una fracción residual de la inversión
extranjera directa o de portafolio en la región y en un panorama de mayor
apertura y cuidado del clima de inversión tal situación se podría revertir.
Especialmente si mejoran las reglas de juego para inversión en los sectores
agropecuario, minero y energético, la Argentina podría recibir sumas muy
importantes de inversión extranjera lo que redundaría en un aumento importante
de la oferta de dólares. Ello podría suavizar el impacto recesivo del ajuste
beneficiando la demanda genuina de real estate así como los precios en dólares
de la propiedad. Bajo tal perspectiva, y teniendo en cuenta los plazos de las
inversiones en real estate, no es impensable que en anticipación de dicho
escenario comience a observarse una corriente de inversiones posicionándose en
tierras o encarando proyectos inmobiliarios que madurarán en los próximos años.
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